martes, 3 de julio de 2007

Caracoles de Mar

Cuando tenia 12 años, eso es a mediados de los 70 y en los primeros años de la dictadura militar, aún estaba en enseñanza básica en la histórica escuela 5 de arenal, también ejercía otras funciones anexas a las propias de un niño joven, pero por voluntad propia y sin ninguna presión de mis padres. Si la esquiva memoria no me falla recuerdo que en algunos periodos trabajaba de noche en una fábrica que se había asentado en la caleta. Mi labor consistía en sacar la carne del caracol una vez que salían de los hornos de vapor.

Este molusco llegaba en grandes cantidades a la caleta extraídos a lo largo de todo el litoral, esta fábrica los introducía a una maquinaria de los años 40 o 50 que producía el vapor a partir de leña que cosía los caracoles, estas eran dos o tres y más parecían un ferrocarril o un barco.

Noches que parecían un abismo desde que empezaban a salir las primeras hornadas de caracoles hasta que el amanecer llegaba con su luz llenando todos los espacios de la fábrica sombría. Hombres, mujeres y niños todos luchando contra el sueño tratando de llenar rápidamente los contenedores para pesarlos en el alba, horas eternas pasando lentamente kilo a kilo que era el concepto por el cual se intercambiaba el dinero.

Ya en el amanecer de vuelta al hogar sentía dolores de estomago propios de un niño no acostumbrado a trasnoches tan prolongados, pero el tiempo habitúa o acostumbra a un niño, mujer u hombre, el ser a pesar de lo duro que pueda transformarse una jornada, soporta estoicamente, la resilencia opera en toda su plenitud. Pero esto no justifica el uso de niños para producir más y pagar menos, ya en los inicios de un sistema económico aberrante se podía observar la explotación y bajos salarios lo que hasta hoy en nuestro país define sólo el mercado. El ser humano manejado, manipulado, humillado por el mercado. Un sistema sin espíritu.

1 comentario:

de un tiempo lejano dijo...

Jaime, felicitaciones por la idea. La verdad es que rescatar las memorias personales es todo un desafío. A veces duele, pero mirar sobre hacia atrás es, creo, una obligación para construir el camino más adelante. Un abrazo y te seguiré leyendo desde Chiloé